Ahora sí... ¡¡a por la bola!!
ETAPA 12: 13/06/2022
SKARSVÅG (NOR) - SØRKJOSEN (NOR)
413 km
Amanece, o amanezco yo, vamos, porque ha sido de día toda la noche. Quiero decir toda la no-noche... el caso es que esta mañana hay llovizna y hace mucho frío, 3ºC y viento, aunque no tanto como anoche. Bueno, anoche no, a-día… de acuerdo, intentaré no perderme en este galimatías de luz y horas.
No he dormido especialmente bien, caí en la cama extenuado pero me costó conciliar el sueño por la tensión nerviosa acumulada. Finalmente el cansancio me venció, pero ha sido un sueño agitado, me he despertado algunas veces sobresaltado y no fueron más gracias al antifaz, la persiana sigue siendo un concepto desconocido y seguirá siéndolo, me temo hasta volver a casa. Por otra parte me encuentro con la emoción de estar casi, casi en mi destino, pero aplazar ayer la llegada a la bola de Nordkapp hasta hoy por las condiciones meteorológicas no ha ayudado a relajarme. Para explicar cómo me he sentido esta noche, quizá valga decir que a Neil Armstrong y “Buzz” Aldrin, los dos primeros astronautas en pisar la Luna en julio de 1969 con la misión Apolo XI, les ordenaron seguir el plan de vuelo, que indicaba que debían echarse a dormir unas horas en el módulo lunar Eagle una vez que éste ya hubiese alunizado, para posponer el paseo lunar hasta después de que hubiesen descansado. No pudieron hacerlo, claro, la excitación era muy intensa, así que llegó un momento en que desde el control de la misión los autorizaron a pisar el suelo lunar. Salvando las distancias, que son enormes, algo así he sentido esta noche, pero la prudencia aconsejaba esperar y no hacer tonterías. Además, lo más parecido a control de misión en mi caso es el amigo
@1250GSAiK, que desde Valencia y al pie del cañón me informó anoche por whatsapp de la previsión meteorológica y me confirmó que era mejor esperar a la mañana de hoy. En llamada telefónica para agradecerle su apoyo le avisé anoche de que a la vuelta habrá que degustar una paella, qué menos.
Como el
hall, que no es sino el edificio para visitantes, no abre hasta las 11,00h, desayuno en la cabaña y con tranquilidad me visto y salgo hacia Nordkapp. La idea es llegar antes de que abra, a esa hora se supone que no hay casi nadie y -más o menos- es posible entrar con la moto hasta la bola para hacer la foto que todos los que vamos hasta allí queremos de recuerdo. Cuando abre el
hall ya hay personal trabajando y público visitante, con lo que no te dejan pasar.
El viento ha amainado lo suficiente para ser controlable en la moto. Salgo a la carretera despacio y bien pertrechado con ropa para el frío y la lluvia. A lo que llevaba ayer añado hoy un sotocasco de un tejido cortavientos, y un forro polar fino que añado a modo de capa extra. Por supuesto, uso ya sin reparos asiento y puños calefactables, quizá el mejor invento del motociclismo desde aquello de la rueda. Lo del culete calentito está muy bien en estas condiciones, pero lo de los puños es una maravilla, sentir que uno sigue teniendo manos es tranquilizador. El trayecto de 15 km se me hace largo, está claro que no he superado el susto de ayer por la tarde. La sensación de frío es mayor que ayer, quizá porque ayer entraba algo en calor a base de pelear contra el viento y hoy esta llovizna de aguanieve me hiela hasta las ideas. El viento, como digo, ha quedado en lo previsto, unos 30 km/h, pero algunas rachas cruzadas se encargan de recordarme que no puedo bajar la guardia ni un segundo.
El paisaje es inhóspito, desolado, pero ya que estamos con los astronautas, como dijera en su día Buzz Aldrin del paisaje lunar, se trata de una magnífica desolación. Lagunas heladas, nula vegetación más allá de algo de musgo ocasional, roca desnuda cubierta parcialmente de nieve y pendientes alternas de subida y bajada. Hay una belleza extraña en este entorno, seguramente por lo extremo y remoto que resulta. En los últimos kilómetros, a medida que me acerco a Nordkapp queda menos nieve, es la influencia del mar, supongo.
Enfilo por fin la recta de llegada a Nordkapp, mi objetivo, mi reto personal desde que salí de casa hace ya 11 días, o mejor desde que un año atrás empecé a preparar este viaje. Se me agolpan recuerdos, algunos de estos días recientes, otros más lejanos. Cuántas veces me he imaginado en la moto en esta misma recta, viendo al fondo el edificio del hall de Nordkapp. En este año de preparación y espera, a veces me he preguntado si no estaría emprendiendo una aventura demasiado exigente para mí, pero aquí estoy. No obstante, no paro junto a la señal de Nordkapp a hacer otra de las fotos de rigor, ya sólo quiero llegar a toda costa. Paso las taquillas vacías, aún no hay nadie para cobrar la entrada al recinto. Sé que si luego quiero visitar el hall tendré que pagar, no pasa nada, pero eso será después, ahora a por la bola.
Entro en la explanada del aparcamiento, hay unas cuantas autocaravanas por allí, qué nochecita habrán pasado con el viento, y nada más, está casi desierto. Dos locos como yo están con sendas Harleys a cubierto, bajo la marquesina de un barracón donde hay aseos y una especie de oficinas. Aún es pronto para que haya más gente, tanto por la hora del día como por la época del año. Venir en junio en lugar de hacerlo en julio o agosto, que es la temporada alta, tiene sus inconvenientes (el frío es el más evidente) y sus ventajas (para mí, todo lo demás lo son). Sigo adelante, sé bien qué camino debo tomar, lo he revisado cien veces en la vista de satélite de Google Maps y en incontables videos de Youtube de otros moteros que fueron en años anteriores. Lo que no salía en Google era lo suelta que está la gravilla, así que con un cuidado extremo y dando alguna
cambayá* con la moto avanzo hasta unas rocas que han puesto para impedir el paso de vehículos. Por muy poco, pero mi moto cabe entre dos de ellas y sigo avanzando, dejo a mi derecha el edificio principal y, ahora sí, allí está entre la neblina, la explanada de Cabo Norte y la bola del mundo.
(*) Para los no andaluces, las cambayás son los bamboleos que da un borracho al andar.
¿Neblina, he dicho? Pues no, lo que hay en la explanada es niebla, sin diminutivos. Dos personas van andando a duras penas hacia la bola y me miran como diciendo “¿Adónde va éste con la moto?” pero yo sigo a lo mío, bastante hago con no caerme, a la gravilla suelta y los baches hay que añadir grandes charcos que no facilitan la tarea. Al cabo, llego al pie de la bola y aparco la moto de cara al viento. Aún así, se mueve de forma preocupante, no debo dejarla ahí mucho rato. La explanada donde está la bola es un acantilado al borde del mar y ya se sabe que en estos sitios sopla el viento de lo lindo. Ni siquiera me quito el casco, sólo el guante de una mano para hacer las fotos, el frío es tremendo. Subo la escalinata como puedo con mi dolorido gemelo, doy un par de gritos de triunfo y desahogo, toco la bola, pido que me hagan unas fotos con el móvil y bajo a hacer yo otras de la moto con la bola de fondo. Estoy a 71º 10' 21" Norte, lo he conseguido, pero la meteorología aconseja recoger velas cuanto antes y buscar un sitio más seguro para aparcar.
Las emociones son distintas a las que esperaba, estoy contento pero preocupado por el mal tiempo y eso no me deja disfrutar plenamente, además la niebla se va espesando por momentos y no puedo deleitarme con las vistas del Océano Artico desde el acantilado. Lo mejor será sacar la moto al parking y entrar a guarecerse en el hall. La entrada cuesta 310 coronas noruegas (unos 31€ al cambio) que para mí no merecen la pena ni de lejos, pero al menos se está calentito dentro. Hay un restaurante con precios prohibitivos, cafetería (café solo a 5,5€) una tienda de recuerdos (de acceso libre, claro, los 31€ son para el resto del complejo) en la que compro unos imanes y unas pegatinas, y escaleras abajo una exposición de fotos con la historia de Nordkapp (lo más interesante del complejo), una sala donde proyectan un audiovisual que no tiene nada de especial y una cueva artificial con luces de colores que me parece una tontería. Nada más, no seré yo el que recomiende entrar aquí, pero allá cada cual. El restaurante tiene un ventanal circular desde el que admirar la explanada y la bola, pero la niebla es ya demasiado espesa y no deja ver nada.
Al menos he descansado un rato, pero debo ponerme las pilas, hay que volver a la carretera y seguir la ruta. No tengo ninguna sensación de estar ya de regreso. Recuerdo que hace unos años fui desde Sevilla a Santiago de Compostela en moto (ya, ya sé, eso no es hacer el camino). Al llegar a Santiago y ver a los peregrinos en la plaza del Obradoiro echados en el suelo con sus mochilas, cansados y con ampollas en los pies, oía a algunos celebrar que habían llegado y decir que al día siguiente volvían en avión a su ciudad. El viaje había acabado para ellos justo al llegar al destino, en cambio yo tenía aún mucho que ver en los casi 2.000km que hice desde allí antes de llegar a casa, mi viaje sólo había llegado a la mitad. Es cierto que el objetivo de este viaje era llegar a Cabo Norte y a partir de ahora viajaré hacia el sur (¡la carretera hacia el norte acaba aquí!) pero entre los que iniciamos esta aventura suele decirse que “la excusa es Cabo Norte, pero el viaje es Noruega” y Noruega no ha hecho más que empezar, queda mucho por descubrir aún, y con esa enorme ilusión parto de Nordkapp.
De vuelta por la E69 encuentro menos viento que ayer, pero mucho frío. Al menos la lluvia cesa media hora después de salir de Nordkapp. Esta carretera me parece eterna, voy tenso por ella. Dejo a un lado Skarsvag, Honninsvag, paso de nuevo por los túneles (benditos refugios del viento) y por fin llego a Olderfjord, donde acaba la E69 y enlazo con la E6, más apacible, dirección suroeste hacia Alta. En la E6 el tiempo mejora sensiblemente, el sol sale entre las nubes y el paisaje se hace más bonito por momentos. Hay mucha nieve a la vista, pero siempre lejos de la carretera o al menos fuera de ella. Ahora hay unos 11º, confortables comparados con los apenas 6º de la parte sur de la E69, a pesar de que el día avanza y ya son más de las 12 del mediodía.
Poco a poco empiezo a ver más árboles a medida que avanzo hacia el suroeste por la E6. Las montañas nevadas se dejan ver y el paisaje es cada vez más verde. Los ríos bajan bravos por el deshielo. La carretera asciende por una cumbre y las vistas del fiordo desde allí son maravillosas. El cielo se cubre de cuando en cuando de nubes emborregadas, pero tal como vienen van en pocos minutos, es como ir viendo un documental en vivo.
Me detengo un par de veces a reponer fuerzas (sí, más salchichas...). Por el camino me cruzo con un convoy militar que envía numerosos tanques a la frontera con Rusia (Noruega es fronteriza, en Laponia, con ese país). De nuevo recuerdo la cruda realidad en la que vivimos.
Hacia la tarde llego a Sørkjosen a descansar en un apartamento pequeño pero muy cuco, con vistas al fiordo. Mientras descargo el equipaje, un grupo de niños de entre 8 y 12 años que hablan español se me acercan y me saludan al ver la matrícula de mi moto. Son simpáticos y educados, también curiosos, me preguntan de dónde vengo y quieren saber cosas sobre la moto. Alguno dice tener doble nacionalidad, “yo soy noruego y español”, uno cuenta que ha vivido en Bilbao, otro en Madrid… No tengo claro si son hijos de militares o de algunos trabajadores de una multinacional.
Hoy encontré, por fin, el norte que llevaba días buscando desde que salí de casa. Ahora habrá que intentar no perderlo. Ciertamente, el nombre de Noruega significa “el camino del norte” (de hecho en ingles es literal, Norway), sin embargo yo la recorreré de norte a sur. A por ella, sin duda ahora viene lo mejor del viaje.